El noble de la corte organizó un gran festín, en honor a sus años como gobernante del feudo. Todos los grandes Señores fueron invitados. El salón del castillo lucía lleno de vida entre tanta comida colorida, bailes, risas y conversaciones. Los graciosos vestidos de las damas señalaban su importante posición social. El vino ayudaba a los bufones en su humilde labor de hacer reír. Todo brillaba, brillaba como una fiesta sin igual. Entretanto, un trovador errante hizo su entrada y, con el beneplácito del anfitrión, cantó unas décimas en honor a un Rey de antaño, que nadie recordaba:
Rey Sol, le llamaban por allá;
desde el infierno vino
para reclamar su trono perdido;
con el corazón amplio llegó,
luchó como nunca por lo justo;
y una flecha con mil estacas
atravesaron su corazón;
en su lecho de muerte una pajarilla se posó,
le dijo: Rey Sol, nadie merece morir en soledad.
Yo cantaré en honor a tu muerte en libertad.
Y el festín, acabó.
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